Respuesta a Benedicto XVI ante su crítica al humanismo
El Vaticano presentó esta semana la segunda encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, en la que el Papa ofrece un horizonte de esperanza a la humanidad, tras una época marcada por las ideologías, el relativismo y el materialismo. En la encíclica Benedicto XVI critica con dureza al ateísmo moderno y dice que ha llevado a “las formas más grandes de crueldad y de violaciones de la justicia" que se hayan conocido hasta ahora en la humanidad”.
Particularmente me ofende este tipo de comentarios y más cuando vienen de autoridades eclesiásticas que deben guardan tolerancia ante las creencias de los seres humanos que no forman parte de su feligresía. Esta actitud de absolutismo demuestra una vez más la, medieval y oscurantista, actitud de la Iglesia de Roma al pretender imponer para todo el mundo sus pseudo perspectivas al mundo.
Es fácil comprender cómo para Benedicto XVI los otros son el problema, sean ateos, materialistas, relativistas, agnósticos, o simplemente diferentes. El intento cristiano de eliminación del Otro, nosotros, se inició cuando asumieron el poder absoluto en la Roma imperial, y así lo vieron haciendo hasta perder su poder condenatorio y convertirse en mera declamación.
El Otro, los Otros, son calificativos que se pueden entender de muchas maneras y usar en los más diversos sentidos y contextos. Por lo que a mí respecta, lo uso para diferenciar al librepensador del dogmático. Para el dogmático el Otro constituye una amenaza, simplemente por ser diferente; para lo cual, construye una muralla para separarlo o intenta conquistarlo con el fin de someterlo a sus ideas. Si fracasa en estas empresas, busca eliminarlo.
Por nuestra parte, los librepensadores, anhelamos conocer al Otro porque comprendemos que le necesitamos para conocernos a nosotros mismos. Solo así podemos compararnos, medirnos, competir y desarrollarnos. De allí que la Masonería se transformó en el centro de unión de la humanidad, porques es contraria a aislarse del Otro. En su seno vive la diferencia, con un marco de respeto y es precisamente esta tolerancia a lo diferente es lo que la hace universal, a pesar de que algunas corrientes masónicas no comprendan este sentido.
Desde el Vaticano no tienen vergüenza en pontificar contra el otro como culpable de “las formas más grandes de crueldad y de violaciones de la justicia" que se hayan conocido hasta ahora en la humanidad”. Se olvidan de todo el daño que la Iglesia de Roma ocasionó a la humanidad para lograr posicionarse como dueña absoluta de la verdad. Con el correr de los años esta Iglesia afianzó su poder mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra.
Salvados por la esperanza es una exploración profundamente teológica de la esperanza cristiana en la vida eterna: que en el sufrimiento y en la aflicción de la vida diaria, la cristiandad ofrece a los feligreses un "camino de esperanza" hacia el reino de Dios.
En el documento de 76 páginas, Benedicto explica cómo el entendimiento cristiano de la esperanza cambió en los tiempos modernos, cuando el hombre buscó aliviar el sufrimiento y la injusticia que lo rodeaban. Benedicto señaló dos hechos históricos: la Revolución Francesa y la revolución del proletariado alentada por Karl Marx.
Respetuoso de esta idea sobre la trascendencia, sostengo que no podemos renunciar a esta vida en la tierra ante una promesa de felicidad futura e incierta. El determinismo dogmático de “sufrimiento y aflicción” que sostiene el Papa ata al ser humano y lo imposibilita a realizar su principal meta aquí en la tierra: La búsqueda de su propia felicidad. El ser humano es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros, y la búsqueda del propio interés racional y de su felicidad es el más alto propósito en la vida.
Me uno a Nietzsche y a los estoicos desde el punto de vista del valor de la esperanza. Ellos consideraban que la esperanza es más una desgracia que una virtud benéfica. Esto es lo que André Comte-Sponville ha resumido de una forma tan sintética como expresiva, y que Luc Ferry lo expone en su obra Aprender a vivir: “Esperar, dice, es desear sin gozar, sin saber y sin poder”. Es por tanto una gran desgracia y para nada una actitud que contribuya a acrecentar el placer de vivir.
En efecto, desde los tiempos de los griegos, la doctrina de salvación materialista retoma con gusto la idea del famoso carpe diem, el “aprovecha el presente” de los antiguos, es decir, la convicción de que la única vida que merece la pena vivir es la que tenemos aquí y ahora, la que surge de la reconciliación con el presente. Tanto unos como otros consideran que los dos males que nos amarga la existencia son la nostalgia de un pasado que ya no es y la esperanza de un futuro que aún no es. Así, en nombre de estas dos nadas, perdemos de forma absurda la vida tal como es, la única realidad que vale, porque es la únicamente real.
Benedicto XVI afirmó durante la celebración del Angelus, el domingo pasado, que “la ciencia moderna confinó la fe a la esfera individual, por lo que el mundo y el hombre necesitan "dramáticamente" a Dios”. Me parece correcto este lugar para las religiones, el fuero interior de cada uno, pues al final sabemos por experiencia que el entendimiento entre religiones solo produjo guerras y exterminios durante toda la historia de la humanidad. Solo la ciencia, y por medio de la razón, la humanidad puede vivir en paz y no necesita a ese dios para vivir la humanidad.
La necesidad de dios nació ante la angustia que produce en el hombre la soledad de la muerte y la incertidumbre de los seres queridos que pierden al familiar. Apreder a vivir, a dejar de temer los diversos rostros de la muerta o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, las preocupaciones y el tiempo que pasa, fue el primer objetivo de las escuelas de la antigüedad griega. Vale la pena escuchar su mensaje, porque las filosofías del pasado nos siguen hablando.
Christian Gadea Saguier
Particularmente me ofende este tipo de comentarios y más cuando vienen de autoridades eclesiásticas que deben guardan tolerancia ante las creencias de los seres humanos que no forman parte de su feligresía. Esta actitud de absolutismo demuestra una vez más la, medieval y oscurantista, actitud de la Iglesia de Roma al pretender imponer para todo el mundo sus pseudo perspectivas al mundo.
Es fácil comprender cómo para Benedicto XVI los otros son el problema, sean ateos, materialistas, relativistas, agnósticos, o simplemente diferentes. El intento cristiano de eliminación del Otro, nosotros, se inició cuando asumieron el poder absoluto en la Roma imperial, y así lo vieron haciendo hasta perder su poder condenatorio y convertirse en mera declamación.
El Otro, los Otros, son calificativos que se pueden entender de muchas maneras y usar en los más diversos sentidos y contextos. Por lo que a mí respecta, lo uso para diferenciar al librepensador del dogmático. Para el dogmático el Otro constituye una amenaza, simplemente por ser diferente; para lo cual, construye una muralla para separarlo o intenta conquistarlo con el fin de someterlo a sus ideas. Si fracasa en estas empresas, busca eliminarlo.
Por nuestra parte, los librepensadores, anhelamos conocer al Otro porque comprendemos que le necesitamos para conocernos a nosotros mismos. Solo así podemos compararnos, medirnos, competir y desarrollarnos. De allí que la Masonería se transformó en el centro de unión de la humanidad, porques es contraria a aislarse del Otro. En su seno vive la diferencia, con un marco de respeto y es precisamente esta tolerancia a lo diferente es lo que la hace universal, a pesar de que algunas corrientes masónicas no comprendan este sentido.
Desde el Vaticano no tienen vergüenza en pontificar contra el otro como culpable de “las formas más grandes de crueldad y de violaciones de la justicia" que se hayan conocido hasta ahora en la humanidad”. Se olvidan de todo el daño que la Iglesia de Roma ocasionó a la humanidad para lograr posicionarse como dueña absoluta de la verdad. Con el correr de los años esta Iglesia afianzó su poder mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra.
Salvados por la esperanza es una exploración profundamente teológica de la esperanza cristiana en la vida eterna: que en el sufrimiento y en la aflicción de la vida diaria, la cristiandad ofrece a los feligreses un "camino de esperanza" hacia el reino de Dios.
En el documento de 76 páginas, Benedicto explica cómo el entendimiento cristiano de la esperanza cambió en los tiempos modernos, cuando el hombre buscó aliviar el sufrimiento y la injusticia que lo rodeaban. Benedicto señaló dos hechos históricos: la Revolución Francesa y la revolución del proletariado alentada por Karl Marx.
Respetuoso de esta idea sobre la trascendencia, sostengo que no podemos renunciar a esta vida en la tierra ante una promesa de felicidad futura e incierta. El determinismo dogmático de “sufrimiento y aflicción” que sostiene el Papa ata al ser humano y lo imposibilita a realizar su principal meta aquí en la tierra: La búsqueda de su propia felicidad. El ser humano es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros, y la búsqueda del propio interés racional y de su felicidad es el más alto propósito en la vida.
Me uno a Nietzsche y a los estoicos desde el punto de vista del valor de la esperanza. Ellos consideraban que la esperanza es más una desgracia que una virtud benéfica. Esto es lo que André Comte-Sponville ha resumido de una forma tan sintética como expresiva, y que Luc Ferry lo expone en su obra Aprender a vivir: “Esperar, dice, es desear sin gozar, sin saber y sin poder”. Es por tanto una gran desgracia y para nada una actitud que contribuya a acrecentar el placer de vivir.
En efecto, desde los tiempos de los griegos, la doctrina de salvación materialista retoma con gusto la idea del famoso carpe diem, el “aprovecha el presente” de los antiguos, es decir, la convicción de que la única vida que merece la pena vivir es la que tenemos aquí y ahora, la que surge de la reconciliación con el presente. Tanto unos como otros consideran que los dos males que nos amarga la existencia son la nostalgia de un pasado que ya no es y la esperanza de un futuro que aún no es. Así, en nombre de estas dos nadas, perdemos de forma absurda la vida tal como es, la única realidad que vale, porque es la únicamente real.
Benedicto XVI afirmó durante la celebración del Angelus, el domingo pasado, que “la ciencia moderna confinó la fe a la esfera individual, por lo que el mundo y el hombre necesitan "dramáticamente" a Dios”. Me parece correcto este lugar para las religiones, el fuero interior de cada uno, pues al final sabemos por experiencia que el entendimiento entre religiones solo produjo guerras y exterminios durante toda la historia de la humanidad. Solo la ciencia, y por medio de la razón, la humanidad puede vivir en paz y no necesita a ese dios para vivir la humanidad.
La necesidad de dios nació ante la angustia que produce en el hombre la soledad de la muerte y la incertidumbre de los seres queridos que pierden al familiar. Apreder a vivir, a dejar de temer los diversos rostros de la muerta o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, las preocupaciones y el tiempo que pasa, fue el primer objetivo de las escuelas de la antigüedad griega. Vale la pena escuchar su mensaje, porque las filosofías del pasado nos siguen hablando.
Christian Gadea Saguier
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