¿Se Puede Prescindir de la Religión?
El retorno de la religión adquirió, durante estos últimos años, una dimensión espectacular y a veces inquietante. Occidente no se encuentra a resguardo de este fenómeno. Lo que regresa es el dogmatismo, en muchas ocasiones acompañado por el oscurantismo, el integrismo y el fanatismo. Sería una equivocación que les regalásemos el terreno. El combate de la ilustración sigue vivo, pocas veces ha sido tan vigente. Se trata de un combate por la libertad. ¿Estás dispuesto a sumarte, o prefieres vivir de rodillas?
Durante la semana que los cristianos denominan "santa" y que en mi ciudad, Asunción, se estuvo lejos de vivir ese concepto, me tomé el tiempo, a raíz de éstos días feriados, de leer detenidamente El alma del ateísmo, de André Comte-Sponville, donde plantea, filosóficamente, tres preguntas: ¿Podemos prescindir de la religión? ¿Existe Dios? ¿En qué consiste la espiritualidad de los ateos? Argumenta con un lenguaje sencillo que lo verdaderamente importante no es Dios, ni la religión, sino la vida espiritual. Que lo fundamental no es la fe en algo cuya existencia desconocemos, sino la fidelidad, que es lo que queda de la fe cuando se ha perdido.
Esta nota se enfoca en la primera cuestión, donde resumo la noción general con las que Comte responde y sumo nociones personales al argumento. ¿El combate del que hablamos es contra la religión? Sería equivocarse de adversario. Más bien a favor de la tolerancia, el laicismo y la libertad de creencia o de incredulidad. El oscurantismo, el fanatismo y la superstición me producen horror. La espiritualidad, un bien demasiado precioso para dejar en manos de éstos. La tolerancia, otro bien para dejarlo en manos de la indiferencia. Este combate se denomina: Laicismo.
Comencemos por lo más fácil. Por definición lo absoluto nos supera. Las religiones, no. Estas son humanas y en cuanto tales accesibles al conocimiento y a la crítica. Ellas forman parte de la historia, la sociedad y el mundo, no sus doctrinas, todas mitológicas.
Sobre la posibilidad de vivir sin religión, supone primero que sepamos de qué hablamos al hablar de religión. Para ello necesitamos una definición. Se cita con frecuencia, por lo aclaratoria que es, la que daba Durkheim, en el primer cápitulo de Las formas elementales de la vida religiosa: "Una religión es un sistema solidario de creencias y prácticas relativas a las cosas sagradas; es decir, separadas o prohibidas, creencias y prácticas que reúnen en una misma comunidad moral, llamada Iglesia a todos aquellos que se adhieren a ellas". Así, todo teísmo es religioso, pero no toda religión es teísta.
La definición de Durkheim, centrada en las nociones de sagrado y de comunidad, nos ofrece el sentido amplio, sociológico de la palabra "religión".
Una segunda definión la plantea Comte, más teológica o metafísica. "Una religión es casi siempre una creencia en una o varias divinidades". Así, la necesidad de creer tiende a prevalecer sobre el deseo de libertad. Evidentemente el judaísmo, el cristianismo y el islamismo son religiones, en el sentido estricto que define el filósofo francés.
¿Cuál es la mayor fuerza de las religiones?, se plantea Comte y responde: No consiste en tranquilizar a los creyentes respecto de su propia muerte. Quizás necesitan un dios para consolarse, para escapar, este es el sentido de Kant, de los "postulados de la razón práctica" del absoluto y la desesperación, o sencillamente para dar una coherencia a sus vidas.
Sosteniéndose en Epicuro explica que la fortaleza está al afrontar la muerte de los seres queridos. Lo que la religión aporta no es únicamente un posible consuelo, la promesa de volver a encontrarse en el paraíso, sino también un ritual necesario, un ceremonial que ayuda a afrontarla, a integrarla, y en definitiva a aceptarla. La fuerza de la religión, en estos momentos, no consiste en otra cosa que en nuestra propia debilidad frente a la nada y más la debilidad de nuestros seres queridos.
Ante este escenario, ¿se puede prescindir de la religión? Desde el punto de vista individual, es a la vez simple y matizado: hay individuos, de los que formo parte, que se las arreglan muy bien sin ella. La tolerancia es la única respuesta satisfactoria para nuestra pregunta así entendida.
Pero la palabra "se", que da entrada al título, puede designar asimismo a una colectividad, una sociedad, e inclusive a la humanidad en su conjunto. La pregunta adquiere entonces un sentido muy diferente, menos individual que sociológico.
Aquí todo depende no ya de quién, sino de qué se habla. Todo depende de qué se entiende por religión. Si entendemos la palabra en su sentido occidental y restringido, como la creencia en un dios personal y creador, entonces la pregunta se resuelve históricamente. Una sociedad puede prescindir de religión. El confucianismo, el taoísmo y el budismo desde hace mucho lo han probado; así también la desaparición de grandes religiones, como el mitraísmo.
En cambio, si tomamos la palabra "religión" en sentido amplio o etnológico, la pregunta sigue abierta. La historia, por mucho que nos remontemos al pasado, no registra sociedad completamente desprovista de ella. No conocemos ninguna gran civilización sin mitos, sin ritos, sin sacralizar, sin creencias en fuerzas invisibles o sobrenaturales, en suma, sin religión. La diferencia de todas ellas con el cristianismo es que nadie en la antigüedad pretendió en serio que sus dioses fuesen personajes históricos. ¿Debemos concluir que siempre será así? Con la religión sucede lo mismo que con la bolsa; los resultados pasados no prejuzgan los resultados futuros.
Tal vez la etimología pueda echarnos alguna mano. ¿Cuál es el origen de la palabra "religión"?. La respuesta más frecuentemente escuchada me parece la más dudosa. Varios autores, desde Lactancio o Tertuliano, pensaban que el latín religio viene del verbo religare, que significaba "religar". Se dice entonces que la religión es lo que religa. Si se supone que todo vínculo es religioso, como sugiere la etimología, ninguna sociedad podría prescindir de la religión. La presuposición de que todo vínculo es religioso equivale a vaciar el concepto de religión de cualquier sentido razonablemente preciso y operativo.
Lo que vincula a los creyentes entre sí, desde el punto de vista de un observador ajeno, no es un dios, cuya existencia puede ser dudosa, sino el hecho de que comulgan en la misma fe. Esta definición, según Durkheim, es el verdadero contenido de la religión, pues favorece la cohesión social al reforzar la comunión de las conciencias y la adhesión a las reglas del grupo. A esto es lo que se llama la "comunión", comulgar es compartir sin dividir. Parece paradójico, de hecho cuando se trata de bienes materiales resulta imposible; en cambio, se puede comulgar en el placer de comer juntos una rica cena.
Considero, junto con Comte, que la segunda etimología es la más verosímil. Muchos lingüistas piensan, como hacía ya Cicerón, que religio proviene más bien de relegere que podía significar "recoger" o "releer". En este sentido, la religión es lo que se recoge o se relee: los mitos, los textos fundadores, una enseñanza, uno o varios libros, una lectura, principios, regla; en resumen, una revelación o una tradición pero asumida, respetada, interiorizada, al mismo tiempo, individual y común. La religión según esta etimología es el amor por una palabra, una ley, o un libro.
A base de recoger o releer las mismas palabras, se acaba por comulgar en las mismas creencias. Releemos, luego vinculamos. Sinceramente, ¿sentís la necesidad de creer en un dios para pensar que la sinceridad es preferible a la mentira; que el valor es preferible a la cobardía; que la generosidad es preferible al egoísmo. La fe es una creencia, la fidelidad, un compromiso y un reconocimiento.
Concluyendo, una sociedad puede prescindir perfectamente de religión, en el sentido occidental y restringido de la palabra, quizá también podría prescindir de lo sagrado o de lo sobrenatural, pero no puede prescindir de comunión, ni de fidelidad. Esta exigencia es válida para todas las civilizaciones.
¿Creer o no creer en un dios? La cuestión de la fe no podría eclipsar a la cuestión de la fidelidad. Ya no es la religión la que funda la moral, sino la moral la que funda la religión. La pérdida de la fe no altera para nada el conocimiento: sopere aude, como decía Kant; atrévete a pensar, a utilizar tu entendimiento; atrévete a distinguir entre lo posiblemente cierto y lo ciertamente falso. Lo que le confiere valor a la vida humana no es el hecho de que la persona en cuestión crea o no en un dios. Lo que da valor no es la fe, tampoco la esperanza, sino la capacidad de amor, compasión y justicia de que somos capaces.
No esperemos a ser salvados para ser humanos.
Christian Gadea Saguier
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