11 de febrero de 2008

La Pugna entre Secularismo y Religion

¿Se puede hablar de un retorno de la religión en las sociedades secularizadas? ¿Estamos ante un fenómeno pasajero o ante un cambio de fondo, como si la cruzada del presidente Bush encontrara eco en Europa?

La conversión de la lucha antiterrorista en conflicto de civilizaciones ha retornado a las religiones todo su protagonismo. El concepto de civilización otorga a la religión el carácter de elemento identitario determinante. "No conozco civilización -dijo Sarkozy en Riad- que no tenga raíces religiosas", una cachetada al estado laico francés.

La pugna en Francia

El 20 de diciembre de 2007 Nicolás Sarkozy pronunció un discurso en Roma, en el Palacio de San Juan de Letrán. "Un hombre que cree"-dijo el presidente francés- "es un hombre que espera. Y es del interés de la República que muchos de sus hombres y de sus mujeres esperen". Sarkozy parecía dar la razón a aquellos que piensan que la religión se justifica por su utilidad, por su habilidad para preparar a los ciudadanos para asumir resignadamente los avatares y las pruebas a que les somete un mundo paradójico. Pero el presidente iba más lejos: "una moral laica corre siempre el riesgo de agotarse cuando no está adosada a una esperanza que colme la aspiración al infinito".

Y remató el ataque a la cultura laica con estas palabras: "En la transmisión de los valores y en el aprendizaje de la diferencia entre el bien y el mal, el maestro no podrá reemplazar nunca al cura o al pastor, aun siendo importante que se les acerque, porque siempre le faltará la radicalidad del sacrificio de su vida y el carisma de un compromiso conducido por la esperanza". Sarkozy disparaba directamente contra la institución esencial de la laicidad republicana: la escuela.

La pugna en Turquía

Al grito de "¡Turquía es laica y seguirá siéndolo!", unas 100.000 personas protestaron (foto) esta semana en esta ciudad contra la enmienda constitucional aprobada por el Parlamento turco que permitirá el uso del velo islámico en las universidades, por considerar que es un paso hacia la imposición de la sharia (ley islámica) en el país.

La prohibición del uso del velo en las universidades, uno de los pilares del estado laico en Turquía, se quebró definitivamente en el Parlamento de Ankara. El Gobierno del islamista moderado Recep Tayyip Erdogan sacó adelante, con el apoyo de un partido ultranacionalista, una revisión de la Constitución que acaba con el veto en los campus a las alumnas que cubren su cabeza con el pañuelo islámico, práctica que secundan dos de cada tres mujeres turcas. La prohibición del velo sigue vigente para profesoras y funcionarias.

La poderosa elite que defiende a ultranza una Turquía laica, por el contrario, afirmó que la reforma es un primer paso para imponer medidas similares en la administración pública y en otros niveles educativos (en los que el velo sigue estando prohibido), y para socavar el sistema de gobierno laico, fundado por Mustafa Kemal Ataturk, en 1923.

En un país en el que el 99 por ciento de la población es musulmana, la oposición laica, que incluye al ejército, jueces y dirigentes universitarios, también teme que tras esta reforma las mujeres empiecen a recibir presiones para usar el velo. "Las cabezas de muchas niñas jóvenes son afeitadas por sus hermanos para obligarlas a utilizar el velo", denunció Baytok, cuyo partido informó ayer que apelará la medida ante la Corte Constitucional. Por su parte, las autoridades universitarias, advirtieron que el uso del velo podría generar enfrentamientos en los campus.

La pugna en Inglaterra

Unas declaraciones del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, han desencadenado una intensa polémica en el Reino Unido. Williams propuso esta semana que el ordenamiento jurídico británico incorporase la ley islámica, la sharía, para mejorar la relación con los musulmanes. El arzobispo intervenía, así, en el debate acerca del sistema multicultural británico, agudizado tras los atentados de Londres. Frente a las voces que proponen revisar los rasgos más acusadamente comunitaristas, Williams sugiere llevarlos hasta sus últimas consecuencias.

La posición del arzobispo es un error. Los Estados democráticos contemporáneos se construyeron sobre la base del fuero territorial de la ley, opuesto al fuero personal que regía en las sociedades estamentales. La creciente hostilidad contra los musulmanes en el Reino Unido tendría que combatirse con instrumentos políticos, esforzándose en deshacer la injusta e inaceptable equivalencia entre islam y terrorismo. En lugar de recurrir a esos instrumentos, lo que Williams propone no es sólo una modificación legal, sino una transformación de la concepción de la ley en el sistema democrático. Una sociedad de ciudadanos no es compatible con un ordenamiento jurídico en el que cada grupo social o de creyentes se rija por sus propias normas, como si fuese un sistema de castas.

En cualquier caso, las declaraciones del arzobispo de Canterbury parecen inspiradas por el deseo de preservar la situación de privilegio de la Iglesia anglicana más que por benevolencia hacia la comunidad musulmana. Suenan a alianza táctica entre creyentes, apoyada en razones semejantes a las que el papa Ratzinger adujo en su día para condenar las caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jylland-Postens. La fragilidad de esta alianza -que, sin embargo, puede provocar un grave deterioro del sistema democrático- se demostró en el discurso de Ratisbona, con el que Ratzinger irritó a los seguidores del islam.

La respuesta del Gobierno de Gordon Brown no ha sido tan contundente como cabría esperar. Puede que el motivo último de esta tibieza resida en la confesionalidad del sistema político británico. Proclamar la separación entre la religión y el Estado afectaría no sólo a los musulmanes, sino también a la Iglesia anglicana.

¿Qué es un país laico?

Un Estado en que las iglesias no puedan determinar la acción del poder político, pero en las que el poder político no pueda intervenir sobre las iglesias, salvo en el caso en que éstas desafíen a la ley con el delito. Y, por supuesto, nunca en cuestiones de teología y principios doctrinales.

Las religiones son inefables -se sitúan fuera de toda posibilidad crítica-. Las religiones pretenden tener la exclusiva de la verdad e imponérsela a todos los hombres. "¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?", es una pregunta imperativa que el Papa Ratzinger hace en la encíclica Spe Salvi. Las religiones entienden que la legitimidad del poder emana de Dios y no de los hombres. Estas tres características las hacen incompatibles con las bases del sistema democrático. Por eso deben mantenerse al margen de las decisiones políticas. La coartada religiosa no es argumento para saltarse las leyes democráticas.

Christian Gadea Saguier via Los Arquitectos.

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