11 de marzo de 2008
8 de marzo de 2008
Clara muestra de que no se puede tomar la Biblia al pie de la letra
"Hizo luego un mar de metal fundido, de diez codos de borde a borde; era perfectamente redondo, de cinco codos de altura, y un hilo de treinta codos ceñíale alrededor."
- Reyes I, 7
Consecuentemente para un evangelista π = 3, y no se discute más.
7 de marzo de 2008
Evolucionismo vs. Creacionismo
Una cebra no necesita correr más que una leona sino más que las otras cebras.
Jorge Wagensberg
Uno de los argumentos preferidos por los creacionistas es la armonía que impera en la naturaleza; la perfecta forma en que todos los seres vivos están construidos para cumplir su papel en el ciclo de la vida evidencia la presencia de un ser superior. Un creador debe haberse encargado del trabajo pues es imposible que un sistema tan preciso y funcional haya surgido de otro modo. Algunos creacionistas disfrazaron sus ideas de ciencia para poder exigir que sean enseñadas en las escuelas y, en lugar de creacionismo, las llamaron Diseño Inteligente. La diferencia es nula, para los partidarios de D.I. los seres vivos presentan pruebas de haber sido diseñados por un ser superior: el Gran Relojero, Dios. Según ellos, si nos encontramos con un reloj debemos presuponer la existencia de un relojero que lo haya fabricado y extienden esta metáfora a la naturaleza. ¿Acaso un ojo humano no es una perfecta máquina en la que cada uno de sus componentes funciona con precisión y exactitud? El ojo es el ejemplo preferido por los creacionistas; argumentan que pone en entredicho la evolución y prueba la existencia de un diseñador. Ya que medio ojo no tiene sentido alguno, debió ser creado en su forma actual en lugar de haber evolucionado gradualmente. En realidad, medio ojo o, por ejemplo, un grupo de células fotosensibles puede que no tenga sentido para un creacionista, pero para el organismo que se vale de ellas para detectar la sombra o el movimiento de un depredador suponen la diferencia entre ser devorado o escapar, pero volveremos al ojo más adelante.
En realidad la figura del Gran Relojero no funciona en absoluto como símil de la evolución. El Gran Chapucero sería mucho más acertado. Mas que un pulcro diseñador que hace engranajes precisos, la evolución se asemeja a un manitas que corta, pega, mueve, alarga o encoge las piezas con las que hace su trabajo y muy pocas veces diseña realmente algo nuevo.
Darwin comprendió esto muy pronto y lo usaba para defenderse del creacionismo. Mientras otros científicos exhibían los grandes aciertos de la evolución ante los críticos, él se centraba en poner de relieve las redundancias, los apaños, los órganos vestigiales e incluso las imperfecciones. Después de todo, pocos creacionistas estaban dispuestos a admitir que su omnipotente Dios, a la hora de crear a los seres vivos, se había comportado, en lugar de como el Perfecto Diseñador Cósmico, como una especie de Pepe Gotera divino.
En este artículo no voy a mostrar el traspiés de ningún científico ni el fraude de algún oportunista. Las chapuzas que voy a mostrar son responsabilidad única y exclusiva de la maravillosa naturaleza.
1. ¡Necesito un dedo!
Hacía mucho, mucho tiempo había un oso que necesitaba con urgencia un pulgar. Como ocurre con la mayor parte de los animales del orden Carnívoros, este oso tenía los dedos de sus patas adaptados para la carrera, dispuestos hacia delante. Pero nuestro oso, amante de la contemplación, no perdía el tiempo persiguiendo a sus presas o pescando salmones, ni siquiera buscando bayas en los arbustos. Prefería sentarse plácidamente, a varios miles de metros de altitud, donde ningún depredador pudiera importunarle, y pasarse el día masticando brotes de bambú, sumido en sus pensamientos. Sean cuales sean las meditaciones de un panda.
Para este tipo de vida, los osos panda no pueden sacarle mucho partido a sus dedos de antiguo depredador. Mucho mejor sería tener un pulgar con el que poder coger fácilmente las ramas de bambú... y el panda lo tiene. Si existiera un relojero divino encargado de diseñar al panda no habría necesitado pensar mucho. ¿Un pulgar oponible? Fácil, nosotros mismos tenemos uno y su funcionalidad nos parece tan clara que a veces olvidamos que este dedo no era usado para coger cosas por la mayoría de los vertebrados que lo tenían antes que nosotros. Un diseñador habría puesto al panda un pulgar como el nuestro con el que poder llevarse a la boca su apreciado bambú.
Pero, como he avisado, la naturaleza es bastante más chapucera. El pulgar del panda no es un verdadero pulgar, ni siquiera es un dedo. El panda tiene los cinco dedos de sus patas delanteras en la posición típica de oso, apuntando hacia el frente. Su pulgar no es un sexto dedo real sino que está formado por un hueso de la muñeca, llamado sesamoide radial, hipertrofiado y cubierto por varios músculos que le dan movilidad. Vemos como la selección natural, en lugar de hacer brotar un nuevo dedo a los pandas prefirió, en sentido figurado, claro, partir de una parte del oso usada para otros fines y modificarla hasta convertirla en un falso pulgar. Una auténtico remiendo que además conlleva que el panda tenga que cargar con un par de falsos pulgares en sus patas traseras a pesar de que no los usa para nada. Probablemente, sea genéticamente más complejo modificar los sesamoides de las patas delanteras y no hacerlo con las traseras que, simplemente, modificar ambos. Y, puesto que esos pulgares inútiles traseros no consumen demasiada energía ni molestan físicamente al oso, no hay ningún problema en dejarlos. ¿Alguien puede imaginarse a un diseñador haciendo algo así?
2. Voy doblado
Un diseñador se sentiría orgulloso de la manta raya. Con su forma aplastada este animal es perfecto para su hábitat bentónico, descansa sobre el vientre y sus ojos sobresalen del dorso.
Pero no sucede lo mismo con los lenguados. Como las rayas, éstos tienen una forma aplastada y un modo de vida similar, deslizándose sobre el fondo marino. Pero los lenguados, así como las platijas y los rodaballos, no descansan sobre el vientre sino sobre uno de sus lados. Las rayas descienden de los tiburones que presentan un cuerpo ya de por si aplastado, así que evolucionaron simplemente tendidas sobre el vientre. Pero los lenguados descienden de peces óseos que están comprimidos de forma lateral así que, cuando adoptaron la vida bentónica, en lugar de tenderse sobre el vientre se tendieron sobre un costado. Sus ojos están desplazados de forma grotesca hasta ocupar los dos el mismo lado de la cabeza y su boca se abre en vertical.
3. Dolor de cuello
Una jirafa puede llegar a los 5 metros de altura. Su largo cuello es lo más característico del animal y cualquiera podría pensar que tiene muchas mas vértebras en el cuello que nosotros. Es lo que habría hecho un diseñador competente.
Sin embargo, como ya vamos intuyendo, la evolución prefiere modificar lo que ya tiene antes que hacer auténticas innovaciones. La jirafa tiene exactamente las mismas vértebras en el cuello que el resto de los mamíferos, incluidos nosotros: siete. El hecho es que la selección natural ha optado por alargar y reforzar las siete vertebras existentes en lugar de añadir unas cuantas más.
4. ¿Flotar o respirar?
A Darwin le gustaba mucho recalcar el reciclaje de órganos tan típico en la naturaleza, comprendía que era una baza contundente a favor de su teoría y en contra del creacionismo. Uno de sus ejemplos favoritos, pues lo cita seis veces en El origen de las especies, es el pulmón. Darwin se dio cuenta de que el pulmón y las vejigas natatorias de los peces eran homólogos y, puesto que estaba seguro de que los vertebrados terrestres descendían de los peces, dedujo que el pulmón había evolucionado a partir de la vejiga natatoria.
A pesar de que su línea de razonamiento era acertada, Darwin estaba equivocado. Sí, es cierto que las vejigas natatorias y los pulmones son órganos homólogos. También es cierto que los vertebrados terrestres descienden de los peces. Pero el caso es que es la vejiga natatoria la que evolucionó a partir del pulmón y no al revés. Los primeros vertebrados tenían un sistema respiratorio compuesto de branquias para extraer oxígeno del agua y de pulmones para respirar aire de la superficie. Todavía existen hoy en día muchos peces que conservan los pulmones. A partir de estos primeros peces evolucionaron los vertebrados terrestres, perdiendo las branquias y conservando los pulmones para respirar en tierra. Paralelamente, otra rama evolucionaba partiendo de estos antiguos peces, los teleósteos. Éstos conservaron las branquias para respirar bajo el agua y modificaron sus pulmones convirtiéndolos en vejigas natatorias. Los teleósteos son los mas abundantes de los peces y son los animales que uno asocia inmediatamente a la palabra pez, de ahí que Darwin los tomara por nuestros antepasados cuando en realidad son una rama paralela.
5. He visto cosas que vosotros no creeríais
He dejado para el final la baza maestra de los creacionistas, el órgano que mas evidencia da de la existencia de un diseñador: el ojo. Ni siquiera es una idea original sino que se apoya en argumentos del propio Darwin, que en El origen de las especies decía:
Parece completamente absurdo, lo confieso con franqueza, suponer que el ojo, con todos sus inimitables dispositivos para acomodar el foco a diferentes distancias , para admitir diferentes cantidades de luz, y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, pueda haberse formado por selección natural.
Para desgracia de los partidarios del Diseño Inteligente el ojo no es el mejor ejemplo que podrían haber elegido como pieza clave de sus argumentos. Darwin poco después de escribir su anterior frase ya se había convencido del papel de la selección natural en el diseño del ojo: “El ojo, hasta día de hoy, me produce escalofríos, pero cuando pienso en las finas gradaciones conocidas, la razón me dice que debo vencer a los escalofríos”
Conocemos perfectamente la historia del ojo que, además, ha evolucionado de forma independiente en más de cincuenta ocasiones con resultados muy distintos y usando métodos completamente diferentes. Al contrario de lo que opinan los defensores del DI, medio ojo, como hemos visto, si que sirve para algo, incluso un cuarto de ojo o una centésima de ojo. Un simple y pequeño grupo de células fotosensibles son un importante avance, aunque tan solo sea por que le permiten al animal distinguir entre el día y la noche. Richard Dawkins, en Escalando el monte improbable, desarrolla las historias evolutivas de varios tipos de ojos, incluyendo el de los vertebrados, que tanto fascina a los creacionistas por su perfección.
¿Perfecto, dicen? Echamos un vistazo de cerca. Las fotocélulas de nuestros ojos apuntan hacia atrás, hacia el cogote en lugar de hacia el lugar por donde entra la luz. Como son transparentes, la luz las atraviesa y a pesar de estar colocadas al revés pueden desarrollar su función correctamente. Sin embargo, la consecuencia de esta curiosa disposición es que los nervios que las conectan al cerebro salen hacia delante, por el interior del ojo, hasta unirse formando el nervio óptico y atravesar la retina y esto si que tiene consecuencias: el punto ciego. El lugar donde el nervio óptico abandona la retina no puede contener fotocélulas y, por lo tanto, crean en nuestra visión una zona donde realmente no vemos nada. El cerebro extrapola información del resto de la imagen y rellena el punto ciego de modo que no vemos un agujero negro delante nuestra, pero tampoco vemos la realidad sino la suposición que hace el cerebro basándose en el resto de datos que le llegan.
Si el ojo hubiera sido diseñado, su creador habría colocado las células correctamente y los nervios saldrían hacia atrás sin mayor consecuencia, de hecho muchos invertebrados tienen sus fotocélulas situadas de la manera lógica. Pero como hemos visto, la naturaleza hace lo que puede con lo que tiene y le encantan los remiendos.
Evolución del ojo humano (en inglés):
Aunque un órgano puede no haber sido formado originalmente para un propósito determinado, si ahora sirve a ese propósito, podemos decir de forma justificada que ha sido elaborado especialmente para él. Así, en toda la naturaleza, casi cualquier parte de cada ser viviente probablemente haya servido, en alguna versión ligeramente modificada, a diversos fines, y haya actuado dentro de la maquinaria vital de muchas formas específicas primitivas y disjuntas.
Charles Darwin
FUENTES
DARWIN, CHARLES, El origen de las especies, 1859
DAWKINS, RICHARD, El gen egoísta, 1976
DAWKINS, RICHARD, Escalando el monte improbable, 1996
GOULD, STEPHEN JAY, Ocho cerditos, 1993
GOULD, STEPHEN JAY, El pulgar del panda, 1980
La Biblia, Iram y la Serpiente
Recurrí a la Biblia para buscar a los antepasados de Hiram, el arquetipo de maestro masón, pero que quede claro que el aborde a este libro es con ojos filológicos, filosóficos, simbólicos y alegóricos. Jamás se me ocurriría pensar que sus textos fueron inspirados y elaborados bajo el dictado de algún dios. Ninguno de sus libros fue revelado. ¿Por quién, además? Esas páginas no descienden del cielo, como tampoco las fábulas persas o las sagas mesopotámicas que aparecen en él.
El Antiguo Testamento no es tan antiguo como lo afirma la tradición. Yahvé no dictó nada a nadie, y menos en una escritura desconocida en esos tiempos. La Biblia, que no es más que un conjunto de textos, según su propia etimología, fue compuesta en varios procesos de amalgamas de fuentes originalmente separadas, o por añadidos de fuentes originales, realizados por varias o numerosas manos, quizá durante un largo periodo, pero no es preocupación de este autor la datación de aquella.
La parte de la Biblia que hoy conocemos como Antiguo Testamento es un conjunto de una cuarentena de libros que pretende recoger la historia y las creencias religiosas del pueblo hebreo que, aglutinado bajo la nación de Israel, apareció en la región de Palestina durante el siglo XIII a.C. Los análisis científicos han demostrado que buena parte de los libros legislativos, históricos, proféticos o poéticos de la Biblia son producto de un largo proceso de elaboración durante el cual se fueron actualizando documentos antiguos, añadiéndoseles datos nuevos e interpretaciones diversas en función del talante e intereses de los nuevos autores/recopiladores.
De este proceso provienen anacronismos tan sonados como el del libro de Isaías, profeta del siglo VIII a.C., donde aparece una serie de oráculos fechables sin duda en el siglo VI a.C. (dado que se menciona al rey persa Ciro); la imposible relación de Abraham con los filisteos (descrita en Gen 21,32), cuando ambos están separados aún por muchos siglos de historia.
La Iglesia católica oficial, así como sus traductores de la Biblia, sostienen que todos los textos incluidos en el canon de las “Sagradas Escrituras” han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y son, por tanto, obra divina. Tienen a Dios por autor principal, aunque sean al mismo tiempo obra humana, cada uno del autor que, inspirado, lo escribió. Más información al respecto lo encontrarán en Mentiras fundamentales de la Iglesia católica. Ediciones B. Barcelona, 1997, o en el iracundo ensayo de Fernando Vallejo, La puta de Babilonia. Planeta, Buenos Aires, 2007.
Nos cuenta el libro primero de Reyes que Hiram, el fundidor de Tiro, era hijo de una viuda de la tribu de Neftalí. En otro libro, el segundo de Crónicas, relata que el mismo personaje es hijo de una danita. También el libro nos cuenta que esas dos tribus hebreas fueron las que volvieron al Becerro de Oro y renunciaron al elaborado por Moisés. Según la tradición hebrea, el estandarte de la tribu de Neftalí es una serpiente, y particularmente considero que esto pudo suceder por la herencia hebrea en Egipto, pues la tradición bíblica indica que Neftalí era el hermano elegido de José para representar a la familia del faraón. También la tribu de Dan, según el relato bíblico, representaba a la serpiente, y entre los hijos de Jacob era el hijo que debía juzgar.
A los autores del Antiguo Testamento no les agradaban los danitas, a los que llamaban serpientes (Génesis 49:17). Sin embargo, adoptaron a Dani-El o Daniel, un dios fenicio, y lo transformaron en un profeta hebreo. Sus poderes mágicos eran como aquellos de los danitas que emanaban de la diosa Dana y sus serpientes sagradas. Daniel no era un nombre de persona sino un título. Los judíos habrían realizado un sincretismo entre las creencias de la India, Egipto y Fenicia.
De acuerdo con el libro de las Crónicas, este hijo de Dan, Hiram, era un hombre muy ingenioso y con gran habilidad para el trabajo con la plata, el oro, el latón y la piedra. También disponía de ciertas herramientas que podían perforar la piedra. Se decía que en la construcción del Templo no se habían empleado hachas, martillos o herramientas de hierro. Entonces, ¿cómo se construyó, al menos, simbólicamente?
En el Éxodo se pide a Moisés que levante un altar al Señor sin utilizar herramientas: parece emplearse aquí el mismo simbolismo que en el Templo. De acuerdo con las enseñanzas rabínicas, la prefabricación del Templo de Salomón la llevó a cabo el Shamir, un gusano o serpiente gigante que podía cortar la piedra.
Se cuenta que Naga (asociado a la serpiente) escapó de su país llevándose consigo la sabiduría de la arquitectura. La asociación de lo esotérico y los principios de la autoiluminación manifestados en el simbolismo arquitectónico dieron, eventualmente, origen a la Masonería moderna.
Los “dioses arquitectos” como Thoth o Hermes se encuentran fuertemente asociados a la sabiduría de la serpiente. Otras referencias también asocian el Shamir a la serpiente, tales como el Testamento de Salomón.
La visión gnóstica de la serpiente y del papel que juega al inducir a Eva a tomar el fruto del árbol se expresa por medio de un juego de oposiciones. Teniendo en cuenta que es la serpiente la que convence a Adán y Eva a que prueben el fruto del conocimiento y, por tanto, que desobedezcan a su creador, ella se convierte en un símbolo de redención. Se trata del primer éxito del principio trascendente frente al principio del mundo, el cual está interesado en impedir que el hombre adquiera conocimiento y se convierta en el huésped intramundano de la luz. Este acto de la serpiente determina el comienzo de la gnosis en la Tierra, en la cual, por medio de su origen, se convierte en una forma de oposición al mundo y a Yahvé, siendo sin duda una forma de rebelión.
Más de un movimiento gnóstico derivó su nombre del culto a la serpiente: Ofitas, del griego ophis; Naasenos, del hebreo nahas, recibiendo el grupo en su conjunto el nombre Ofítico. Un ejemplo de este culto lo tomo del relato sobre los Peratas de Hipólito: “La serpiente universal es precisamente el sabio oráculo de Eva. Este es el misterio del Edén; este es el río que fluye del Paraíso; este es el signo con el cual fue marcado Caín. Caín es aquel cuya ofrenda no fue aceptada por el dios de este mundo, quien en cambio recibió el sangriento sacrificio de Abel, pues el dueño de este mundo se deleita en la sangre. Esta serpiente es la que en los últimos días, en tiempo de Herodes, ha aparecido bajo la forma de hombre…”.
Este optar por el “otro”, por lo que tradicionalmente se considera infame, constituye un método herético, algo mucho más serio que un mero y sentimental tomar partido por el más débil.
La figura del Caín, cuyo nombre fue utilizado por una secta gnóstica (los cainitas) es solo el ejemplo más prominente del funcionamiento de este mundo. En la construcción de una serie completa de estos pares de opuestos, que se extiende a través del tiempo, se opone concientemente a la visión oficial, una visión rebelde de la historia en su conjunto. La alianza con Caín crece y abarca a todas las figuras bíblicas que han sido “rechazadas”.
El culto a la serpiente
Tal vez la serpiente sea el animal simbólico y emblemático que más ha desempeñado un papel importante en la mitología y en el simbolismo de casi todas las culturas. El Sol, el Universo, la eternidad, Dios, el mundo, en todas las grandes concepciones del hombre de las primeras edades, ningún animal ha disfrutado de tanta estima, ni ha sido más constante y diversamente empleado en el lenguaje metafórico que la serpiente.
Un ejemplo muy importante de su culto lo tenemos con el mismo Moisés que, condolido de los males que afligían a su pueblo, subió a la cima del Sinaí para implorar a Yahvé que acudiera en su favor. Concluida su plegaria, observó que a corta distancia del sitio en que se hallaba yacía una serpiente muerta al parecer. A poco sobrevino otra serpiente, que amparándose en la primera, la arrastró contra unas hierbas de euforbio que crecían en abundancia en aquel lugar, a cuyo contacto el desfallecido reptil recobraba instantáneamente sus perdidas fuerzas. Moisés vio en esto una revelación de Yahvé, y apresuradamente fue a coger buena provisión de aquella salutífera hierba; bajó entre los suyos y la aplicó a los enfermos, que curaron sus heridas en el acto. En conmemoración a este acto, instituyó la Serpiente de Bronce, de la que nos habla la Biblia, para recordar a los hebreos el poder y las inagotables bondades del Eterno.
Así, la serpiente es el símbolo de la vida que se desprende del pasado y sigue viviendo. El poder de la vida hace que la serpiente se desprenda de su piel para volver a nacer. A veces, también es representada por un círculo comiéndose la cola, símbolo arcano de la alquimia llamado Ouroboros.
Christian Gadea Saguier, los arquitectos
5 de marzo de 2008
Ciencia, Evolución y Creacionismo (III)
Academia Nacional de las Ciencias de los EE.UU.
Instituto de Medicina
No hay lugar para el creacionismo en la clase de ciencias
Fotografía de un microorganismo flagelado.
Algunas personas sostienen que las diversas formas de vida no evolucionaron siguiendo un proceso natural. Abogan por que la enseñanza de la creación se incorpore al currículo científico escolar al mismo nivel que la evolución biológica. Pero el creacionismo no es ciencia. Los argumentos creacionistas se basan en creencias acerca de una entidad externa al mundo natural; sin embargo, la ciencia sólo puede investigar los fenómenos que ocurren dentro de la naturaleza. Y de hecho, numerosas cuestiones planteadas por los creacionistas han sido ya respondidas por los científicos gracias al creciente número de pruebas disponibles; veamos tres ejemplos.
Los huecos del registro fósil
Los creacionistas sostienen que la Teoría de la Evolución falla debido a los huecos existentes en el registro fósil. Los creacionistas denominan hueco a aquella situación en la cual aún no se ha descubierto una forma fósil intermedia entre dos especies relacionadas. Sin embargo, un creciente número de formas intermedias han sido y continúan siendo halladas. Incluso sin tener aún los fósiles en sus manos, los científicos pueden usar las modernas técnicas de biología molecular y genética, junto con los principios de la evolución, para inferir qué formas de vida existieron en un momento dado del pasado y predecir con gran exactitud dónde aparecerán sus restos fósiles y qué aspecto tendrán.
La complejidad irreductible como prueba de creación
Algunos creacionistas afirman que ciertos rasgos de los seres vivos son demasiado complejos para haber evolucionado a través de procesos naturales. Alegan que estructuras como el ojo humano, el sistema inmunológico, o los flagelos, esos orgánulos con aspecto de pelos que dan movimiento a las bacterias, son irreductiblemente complejos y deben haber sido creados intactos por un diseñador inteligente. Sin embargo, los biólogos han descubierto que cada uno de los componentes del flagelo tiene sus propias funciones individuales, habiéndose descrito además numerosas formas intermedias de flagelos de mayor o menor complejidad. Ambos hallazgos respaldan la idea de que el flagelo ha evolucionado a lo largo del tiempo partiendo de estructuras previamente existentes. Así mismo, el argumento creacionista de que tales rasgos deben haber sido diseñados está basado en su idea preconcebida de un Creador, mientras que la postura de los científicos se basa en hechos observables y explicaciones falsables.
La edad de la Tierra
Algunos creacionistas argumentan, basándose en las Sagradas Escrituras, que la Tierra no es lo suficientemente antigua como para que la vida haya emergido en toda su diversidad a través de la evolución. Sin embargo, mediciones geológicas, astronómicas y de otros campos han confirmado repetidamente la edad de la Tierra en aproximadamente cuatro mil quinientos millones de años, tiempo durante el cual la vida surgió y se diversificó en nuestro planeta.
Como acabamos de ver, los científicos son capaces de contestar a las numerosas objeciones planteadas por los creacionistas gracias al conocimiento acumulado a lo largo de años de observación y experimentación. Sin embargo, cuando nos movemos en el terreno de las creencias, la ciencia no tiene forma de aceptar o refutar las aseveraciones de los creacionistas. Por lo tanto, pensamos que las creencias creacionistas no deberían presentarse en las clases de ciencias al mismo nivel que las enseñanzas sobre la evolución. La enseñanza de conceptos no científicos en las clases de ciencias sólo confundiría a los estudiantes acerca de la naturaleza, los límites y los procedimientos utilizados por la ciencia.
La ciencia y la religión ofrecen distintas maneras de entender el mundo
La ciencia y la religión se ocupan de aspectos distintos de la experiencia humana. Muchos científicos han escrito elocuentemente sobre cómo sus estudios científicos en el campo de la biología evolutiva han reforzado su fe religiosa, en vez de debilitarla. Y muchas personas profundamente religiosas y de diversas confesiones aceptan la evidencia científica a favor de la evolución. Serviremos mejor a nuestro sistema educativo y a nuestra sociedad en general si enseñamos únicamente ciencia, y no fe religiosa, en las clases de ciencias.
Este texto está basado en el contenido del folleto informativo Science, Evolution and Creationism (2008), editado por el Instituto de Medicina y la Academia Nacional de las Ciencias de los EE.UU.
El Vaticano Erigirá una Estatua a Galileo
Nunca es tarde para hacer justicia. Eso han debido pensar los dirigentes de la Curia Romana y 400 años después de acusarlo de hereje, el Vaticano pretende completar la “rehabilitación” de uno de los científicos más importantes de la humanidad, erigiendo una estatua en su honor dentro de los muros de la ciudad-estado.
Está previsto que la estatua se levante en los jardines cercanos a la estancia donde Galileo fue encarcelado en espera de juicio en 1633, por defender la doctrina copernicana que afirmaba (con razón) que la Tierra giraba alrededor del Sol y de la que tuvo que abjurar seguramente por no ser quemado en la hoguera como era costumbre a los que se “atrevían” a dictar doctrina contra las ideas promulgadas por la Santa Inquisición.
El arrepentimiento del Vaticano comenzó en 1979 cuando el papa Juan Pablo II invitó a la Iglesia a “repensar” el juicio de Galileo, un episodio al que la Iglesia quiere dar carpetazo “para llegar a un entendimiento definitivo del gran legado del científico y en general de la relación entre la ciencia y la fe”, según indicó Nicola Cabibbo, físico nuclear y responsable de la Academia Pontificia de las Ciencias.
El reconocimiento a Galileo forma parte de las celebraciones en varias ciudades italianas por el aniversario en 2009, de los 400 años del desarrollo de su telescopio. Una conferencia sobre Galileo al que asistirán 40 científicos internacionales y la celebración de un nuevo juicio en un instituto de los jesuitas (los más encarnizados enemigos de las ideas de Galileo), honrarán su memoria, tarde pero justamente.
Vía The Inquirer ES
3 de marzo de 2008
La Ciencia y la Existencia de Dios
La cuestión de si la ciencia es compatible con la existencia o no existencia de Dios tiene sentido porque, aunque la ciencia no trata como disciplina acerca de lo metafísico, ofrece datos y teorías sobre el mundo que podrían orientar la filosofía hacia el teísmo o el ateísmo. La ciencia presenta un universo enigmático que deja abierta la posibilidad de las hipótesis atea y teísta, con la posición agnóstica intermedia. Negar que ambas hipótesis sean viables (admitiendo una sola de ellas) nos coloca en el dogmatismo, fuera ya del espíritu crítico, ilustrado y tolerante de nuestra cultura. Pero esta verosimilitud atea o teísta es sólo un punto de partida para la resolución de la cuestión personal ante el enigma metafísico. Nadie es religioso porque pondere tal o cual consideración científico-filosófica. El problema de Dios se resuelve de una forma existencial, personalista. Por Javier Monserrat.
“Tendencias de las Religiones” ha venido publicando diversos artículos que muestran una variedad de formas de análisis del problema de la “existencia de Dios” y del sentido de las religiones. En numerosos artículos hemos presentado puntos de vista ateístas y en otros, en cambio, se ha seguido el hilo de los argumentos teístas.
Esta variedad de artículos y enfoques multiformes muestra sin lugar a dudas la complejidad tanto del asunto en sí mismo como de las actitudes personales ante él. Actitudes casi siempre asociadas a densas tramas emocionales derivadas del compromiso personal de unos y otros ante la ineludible cuestión del “sentido último de la vida”.
Este artículo, por tanto, no pretende otra cosa que ofrecer un ensayo de respuesta a la pregunta por la existencia de Dios y por el sentido de la religión, valorada desde los resultados de la investigación científica actual.
Este “ensayo”, evidentemente, representa un punto de vista personal. Pero reflexionar sobre los argumentos que presenta puede ayudar a matizar la forma en que otros se enfrentan con la misma pregunta y tratan de responderla, bien desde posiciones teístas, ateístas o agnósticas.
La pregunta es, por tanto: la existencia de Dios, y la viabilidad consecuente de los comportamientos religiosos, ¿son hoy compatibles con la imagen científica del universo, de la vida y del hombre? Preguntar por esta “compatibilidad” no significa necesariamente sugerir que la ciencia “demuestre” la existencia o no-existencia de Dios. Podría haber una compatibilidad por vía de “verosimilitud”. Es decir, la ciencia podría quizá no permitirnos un conocimiento cerrado y absolutamente seguro de lo real, sino que más bien podría dejarnos abiertos a una realidad enigmática. Debemos explicarnos con mayor precisión.
¿Demostración o verosimilitud?
En este caso, si la ciencia nos mostrara en efecto este “universo enigmático”, quizá fuera posible construir hipótesis alternativas que, cada una en su línea, pudieran contar con argumentos que las hicieran “verosímiles”. Creemos que esto es lo que en realidad ocurre. Hay argumentos (cuya aceptación depende de la libertad valorativa personal de cada científico o filósofo) que hacen verosímil la hipótesis de un universo sin Dios (ateísmo); pero al mismo tiempo es posible también formular argumentos que hacen verosímil la hipótesis alternativa de que se funde en un ser que responda a lo que llamamos Dios (teísmo).
El universo en sí mismo, ciertamente, o responderá al ateísmo o al teísmo; no será al mismo tiempo las dos cosas (o sea, Dios existirá o no existirá, pero no las dos cosas a la vez, obviamente). Sin embargo, el conocimiento humano discurre desde la precariedad y no puede dilucidar con seguridad cuál de estas hipótesis alternativas es verdadera. El universo –visto desde dentro por la razón humana- es así enigmático y se resiste a ser conocido últimamente con seguridad por la razón humana, por la ciencia y por la filosofía. Es “enigmático” porque es oscuro cuál sea su verdad última.
Ahora bien, puesto que hablar de la existencia o no existencia de Dios supone referencia a cuestiones metafísicas últimas, debemos advertir también que, desde un enfoque epistemológico (o sea, teorético-científico), es correcto decir que las disciplinas científicas no abordan como tales el conocimiento de lo metafísico. Esto es sólo propio de la disciplina que llamamos “filosofía”. Ahora bien, si no es competente para lo metafísico y Dios es algo metafísico, ¿tiene sentido entonces plantear la cuestión de si la ciencia es compatible con la existencia o no existencia de Dios?
Creemos que sí lo tiene porque, aunque la ciencia no trata como disciplina acerca de lo metafísico, sin embargo ofrece datos y teorías sobre el mundo real que, al ser sometidos a la reflexión filosófica (que sí se plantea las cuestiones metafísicas), podrían orientar la filosofía hacia el teísmo o el ateísmo; esto es, hacia la verosimilitud de la existencia o de la no existencia de Dios. En otras palabras, los resultados de la ciencia, según lo que fueran, podrían hacer posible o no posible una filosofía teísta o ateísta.
Podemos, pues, precisar más nuestra opinión: la imagen del universo, de la vida y del hombre en la ciencia, al ser asumida por la reflexión de una disciplina de conocimiento distinta de la ciencia – la filosofía –, no conduce a una única explicación metafísica última de lo real, y menos a una que se impusiera con una certeza absoluta incuestionable, bien fuera teísta o ateísta. Conduce más bien a la idea de un universo cuya verdad y naturaleza última es enigmática, dejando abiertas diversas hipótesis metafísicas que, de hecho, son sometidas a discusión, tanto en dimensión personal como social.
Ciencia y sociología de la cuestión de Dios
Decir que la ciencia nos lleva a una idea enigmática del universo es, por otra parte, algo que se entiende perfectamente desde la epistemología actual. Esta no es dogmática: no cree que la ciencia pueda llevarnos a un conocimiento cierto, absoluto, que “cierre” ciertos conocimientos, definitivamente establecidos, que se consideren algo así como “dogmas” inamovibles. Para Popper y la totalidad de las epistemologías postpopperianas, la ciencia es sólo un sistema de hipótesis siempre revisables. La ciencia procede ponderando hipótesis alternativas que se discuten; los científicos toman posición inclinándose hacia unas u otras. Esto acontece en muchos campos de conocimiento.
Es así comprensible que el problema más complejo de todos – el de conocer metafísicamente qué es el universo en su verdad final – pueda dar lugar a la incertidumbre, al enigma, a hipótesis alternativas ante las que debe decidirse la libertad personal valorativa de los científicos. Pero estos, al tomar posición ante un problema metafísico – aunque deban tener en cuenta la ciencia –, no hacen “ciencia, sino “filosofía”, de acuerdo con lo que antes decíamos.
Esta “borrosidad” y precariedad inevitable del conocimiento humano se aplica a todo: no sólo a la ciencia natural, sino también a las ciencias humanas (de ahí la idea de la sociedad “abierta y crítica” popperiana). Por ello la sociedad de la segunda mitad del siglo XX ha evolucionado tanto a la modestia en la defensa de las propias convicciones y como a la tolerancia hacia las opiniones de los demás. La sociedad “ilustrada y crítica” sólo es más y más “intolerante” con la “intolerancia”.
Es inevitable recordar que en siglos pasados – sobre todo en el XIX – lo común era defender posiciones “dogmáticas”, tanto teístas como ateístas. La razón, en la ciencia y la filosofía, permitía demostrar con toda certeza, según la posición de cada uno, la existencia (teísmo) o la no existencia de Dios (ateísmo). Así, el teísmo pensaba que los ateos (digamos para simplificar) o eran “tontos” o eran “malos”. Por su parte, el ateísmo pensaba también, simplificando, que los teístas o eran “tontos” o “psicológicamente débiles”.
Estas posiciones dogmáticas no han desaparecido completamente. El ateísmo de autores como Dawkins o Dennett, por ejemplo, (considerados en otros artículos de esta sección de Tendencias21) no sólo es “dogmático”, sino que se ríe de lo religioso con fuerte agresividad. Por otra parte, todavía hay teísmos dogmáticos que consideran a los ateísmos con la misma falta de tolerancia, aunque en una dirección distinta. Residuos de este mismo dogmatismo se pueden hoy constatar en la reciente disputa en torno al inteligent design: se pretende hacer “ciencia” pero lo que en realidad se hace es metafísica camuflada, bien para defender una teoría de la evolución “metafísicamente atea”, bien para defender una evolución “metafísicamente teísta”, siendo así que la ciencia como tal ni es teísta ni es ateísta.
En realidad, tanto el ateísmo como el teísmo dogmático están hoy fuera del sentir de nuestra cultura crítica e ilustrada, consciente de vivir en un universo enigmático y tolerante ante las ideas alternativas que nacen del ejercicio libre de la razón de cada persona. Lo inapropiado del dogmatismo – bien sea teísta o ateísta – se ve en un simple análisis sociológico. De hecho hay personas que “lo saben todo”, perfectamente formadas, que son ateas, unas, y teístas, otras. Es un hecho social incuestionable que es así, y en proporciones aproximadamente similares dentro del mundo intelectual (ya que las masas son mayoritariamente teístas). ¿Qué pasa? ¿Es que unos son tontos y los otros listos? Evidentemente que no. Lo que pasa es que el universo es enigmático, borroso, y deja abiertas las hipótesis teístas y ateístas que de hecho constatamos. Unos se inclinan honestamente por unas hipótesis y otros por las otras.
El enigma metafísico
Es verdad que de inmediato lo único que el hombre percibe por sus sentidos es el mundo (la experiencia de la vida humana en el universo). Este es, en efecto, el hecho real de que partimos. A Dios nadie lo ha visto. Pero hay algo también cierto: que el hombre tampoco ha visto cuál es la explicación final, última, metafísica de ese universo. Lo metafísico no es evidente y, por ello, debe ser argumentado. El hombre percibe el mundo por una experiencia fenoménica: percibe sólo el “fenómeno” (aparecer) que no nos da todo el contenido del universo desde sus fundamentos radicales: la materia se nos escapa en su profundidad “hacia adentro” y el universo nos desborda en el espacio y en el tiempo.
Por otra parte, es un hecho que desde siempre el hombre ha querido responder a los enigmas metafísicos últimos. El hombre busca su verdad humana – para vivir en consecuencia – y ésta depende de la verdad última, metafísica, del universo. En el marco de esta inquietud metafísica han nacido las religiones en la historia. Es verdad que en los últimos siglos se ha producido un crecimiento de quienes han respondido a la metafísica con el ateísmo (o agnosticismo). Pero es también un hecho evidente que durante toda la historia, e incluso en el presente, la gran mayoría de la humanidad ha respondido a la inquietud metafísica con las ideologías religiosas. Este hecho condiciona en forma no trivial nuestro planteamiento de la cuestión de Dios.
Es cierto que a Dios no lo vemos. Pero también es cierto que tampoco vemos la verdad metafísica última de lo real. Además, es cierto que la inmensa mayoría de la humanidad ha sido teísta, aunque con una presencia creciente del ateísmo (agnosticismo) en el mundo moderno. Por ello – por su naturaleza racional en busca del “sentido” y por la misma historia – se plantea el hombre la pregunta ante el enigma metafísico, que es el enigma acerca de la existencia (teísmo) o no existencia (ateísmo) de Dios. Lo evidente es sólo un enigmático mundo fenoménico. Ni el teísmo ni el ateísmo son “evidentes” por cuanto no es evidente el fundamento metafísico de lo real. Teísmo y ateísmo deben ser argumentados: se deben exponer las razones que bien demuestren (cosa que, como hemos dicho, no creemos viable), bien hagan más o menos “verosímil”, en un sentido u otro, ambas hipótesis explicativas.
El universo descrito por la ciencia y la cuestión metafísica
Pero, tras estos preámbulos, volvemos a la pregunta que antes planteábamos. Los resultados de la ciencia en el conocimiento del universo, de la vida y del hombre, asumidos por el discurso filosófico, ¿demuestran o hacen verosímil el teísmo o el ateísmo? En todo caso, no todo resultado de la ciencia tendrá la misma capacidad de aportar algo a la respuesta de esta pregunta.
Hay resultados científicos que apenas tienen proyección metafísica. Por ejemplo, la investigación que nos lleva a conocer una nueva fórmula bioquímica que hará más eficaz un cierto antobiótico para combatir determinados gérmenes; o la investigación sobre el sistema motor de una especie de artrópodos. Pero, frente a ciertas investigaciones y conocimientos metafísicamente irrelevantes, hay también ciertos campos, preguntas y resultados de la ciencia que tienen una gran importancia metafísica. Son aquellos resultados en que la ciencia aporta elementos sustanciales para que la filosofía trate de responder las preguntas en torno a la naturaleza metafísica última de la realidad.
En nuestra opinión, estos campos problemáticos abiertos a lo metafísico son tres: primero, el problema de la consistencia (estabilidad, suficiencia, absolutez) del universo; segundo, el problema de las causas reales que permiten explicar la producción de orden dentro del universo; tercero, el problema del origen y de la naturaleza del psiquismo animal o humano (problema de la conciencia). Nos referimos ahora muy brevemente a cada uno de estos problemas.
Consistencia y absolutez del universo
La ciencia constata por los sentidos un universo fáctico que está ahí, constituido ante nosotros, y trata de conocer cuáles son las causas de que efectivamente esté ahí en la forma en que podemos describir en tiempo real (que es la única que nos es asequible y que constituye el punto de referencia experimental a todas luces incuestionable). Pero la expectativa de la razón científica (justificada en epistemología) es que ese universo está ahí porque “puede estar”: porque se funda en un conjunto de contenidos que consisten (se mantienen establemente en el tiempo) en interacción relacional, de forma suficiente y absoluta en orden a existir en el tiempo pasado y en el futuro, sin deshacerse.
La expectativa racional de la ciencia es, pues, que el universo sea “suficiente” (que se baste a sí mismo para explicar el hecho de su existencia). Pero, ¿cuál es el resultado de la ciencia? Ateniéndonos a los hechos experimentales y otras evidencias empíricas dadas en el estado actual del universo, la ciencia ha reconstruido su historia evolutiva desde un primer momento “conjeturable” que conocemos como el big bang. ¿Qué había antes? En función de las evidencias, la ciencia como tal no es capaz de hacer ninguna otra conjetura que vaya más allá del big bang. El conjunto de esta imagen, conforme con la física experimental, es lo que se llama “modelo cosmológico estándar” (tratado en otros artículos de tendencias y que aquí no vamos a exponer). Pero la cuestión es, repetimos, ¿qué había antes?
Si el universo está hecho de materia organizada en estructuras, ¿dónde surgió la materia-energía producida en el big bang? ¿Qué propiedades primordiales de la naturaleza de la materia serían la causa de la materia que vemos emergente en el big bang? El razonamiento empírico y experimental de la ciencia nos lleva al “modelo estándar de la física” que constituye el marco general de la física de partículas. Pero bucear hacia la causas y naturaleza primordial de la materia ha obligado a los físicos teóricos a ir más allá del big bang, de la “era de Plank” e incluso de las posibilidades de contrastación empírica de la física ortodoxa, entrando en el campo de la pura especulación sobre modelos matemáticos e hipótesis físicas.
Las teorías de cuerdas y supercuerdas han especulado sobre las propiedades emergentes de la materia y las variables o dimensiones en cuya función se haría la explicación de su desarrollo evolutivo. Aunque estas especulaciones han sido, y en parte siguen siendo, lo “políticamente correcto”, distan mucho de estar aceptadas y fuera de sospecha (recordemos, por ejemplo, la crítica de Leo Smolin, recientemente comentada en otros artículos de Tendencias).
Desde una y otra perspectiva, además, parece exigirse un ámbito de fondo que fuera origen de la génesis y disolución de partículas. Este fondo ha sido sugerido y postulado desde diferentes contextos teóricos y se le han dado nombres como éter, campo de energía, espacio-tiempo, orden implícito o vacío cuántico. En realidad, la idea de “surgir de la nada” no parece aceptable en la ciencia. Si en alguna ocasión se habla de “nada” no se está pensando en la “nada absoluta”, sino en vacío cuántico, geometría del espacio o cosas similares.
Como se ve, esta imagen del universo físico es compleja y discutible, todavía muy oscura. También lo es al ser sometida a la reflexión filosófica en orden a una metafísica última. No es fácil ver la suficiencia del universo en orden a su propia realidad. El “modelo cosmológico estándar” presenta un universo que sorprendentemente nace en el tiempo. Por otra parte, con la ayuda de una gran especulación, podríamos concebir la posibilidad de un campo metafísico de realidad en el que fueran apareciendo fluctuaciones que dieran lugar a infinitos universos burbuja, finitos e insuficientes, pero fundados en un ámbito físico metafísico al que atribuiríamos estabilidad, suficiencia y absolutez.
Sin embargo, esta gran complejidad nos hace entender la viabilidad de una hipótesis también verosímil (posible y congruente con los hechos): la hipótesis de que la estabilidad, suficiencia, absolutez del universo que vemos, se fundara en una dimensión metafísica que respondiera a lo que llamamos Dios. El ateo considerará que su hipótesis es la más verosímil y se esforzará en argumentarla. Pero el teísta no piensa así y se inclina a pensar que el teísmo es más verosímil, argumentando en su favor. No existe un Tribunal neutro e independiente que pueda dictaminar qué hipótesis es mejor y más verosímil (y ciertamente no creemos que ese juez absoluto sea el señor Dawkins). Lo que la sociología nos impone es que ambas hipótesis son verosímiles y cuentan con gente a su favor que las argumenta. Si esto pasa es, pues, porque “puede pasar”: porque el universo físico es oscuro, enigmático, y permite construir alternativas metafísicas verosímiles y argumentables.
Producción de orden dentro del universo
Ya con más brevedad comentemos el segundo campo en que los resultados de la ciencia se abren a dimensiones metafísicas: la producción de orden, tanto físico como biológico. Supuesta la descripción de la naturaleza misma del orden, la ciencia debe plantearse el conocimiento de las causas que lo han producido. Se trata, pues, de dos cuestiones en principio diferentes. La primera previa a la segunda.
El orden es, pues, un hecho. Un hecho físico que depende de las propiedades ontológicas de la materia que explican por qué se ha producido la ordenación estructural de la materia que conduce desde la radiación del big bang al mundo real de cuerpos y objetos estables. Sin embargo, no hay causas que justifiquen por qué los valores precisos de una serie numerosa de variables son los que de hecho son, con los valores precisos para producir al hombre evolutivamente (es lo que llamamos “principio antrópico”, que aquí tampoco exponemos pero que ya consideramos conocido).
Pero el orden es también un hecho biológico. Si el orden físico es ya sin duda sorprendente, mucho más el orden biológico. No sólo se trata de un orden estático, sino de un orden funcional y dinámico, desplegado en el tiempo secuencialmente, tal como vemos en el desarrollo embriogenético, hasta el estado adulto por medio de la actuación bioquímica regulada del ADN.
Pero la segunda cuestión hace referencia a las causas de este orden. Como ya sabemos hay dos respuestas posibles. Una es naturalista: la misma naturaleza ha producido este orden desde sus propiedades ontológicas (ateísmo); la teoría de los multiversos especula que entre infinitos universos aparece uno con las sorprendentes propiedades antrópicas del nuestro y, además, el avance parsimonioso de una evolución darwinista, paso a paso, justifica la construcción de los complejos sistemas vivientes.
La otra teoría explica el orden postulando la existencia de un diseño inteligente. El pensamiento teísta más serio no postula un diseño en la forma del intelligent design del fundamentalismo americano reciente: un “Dios tapa agujeros” que debe intervenir para que el mundo funcione. El supuesto es que Dios crea el mundo de manera que éste funciona autónomamente por sus propias leyes (el darwinismo se asume perfectamente en este supuesto, e incluso la teoría de multiuniversos). Pero el diseño de este universo autónomo permite la hipótesis verosímil de que responde a un plan racional orientado a la libertad humana. La complejidad del orden y la precisión del diseño hacia la libertad harían verosímil la hipótesis de una razón diseñadora, en la línea del “principio antrópico cristiano” de George Ellis.
Origen y naturaleza del psiquismo
Este sería el tercer campo en que los resultados de la ciencia se proyectan sobre la metafísica. Digamos muy brevemente que hasta hace poco la biología, la explicación del psiquismo y del hombre desde la ciencia, se hacía en el marco del reduccionismo. Éste ofrecía una imagen determinista, mecánica, del hombre y de los seres vivos que culminaría en el computacionalismo actual y su idea robótica de la vida. La verdad es que este robotismo científico no contribuía a que la filosofía pudiera argumentar la verosimiltud del teísmo.
Hoy en día, sin embargo, la explicación científica del psiquismo se orienta hacia la neurología cuántica dentro de una visión mucho más holística del universo. En otros artículos de Tendencias hemos presentado estas nuevas orientaciones de la biología desde una manera de entender el “soporte físico del psiquismo” desde la mecánica cuántica.
No es que esta nueva manera de pensar holística “demuestre” la existencia de Dios. El holismo admite una interpretación ateísta: el universo podría responder a los principios del holismo actual y, sin embargo, excluir la existencia de Dios. Sin embargo, aun siendo así, es verdad también que el holismo hace mucho más verosímil la existencia de Dios. En otras palabras, es mucho más fácil pensar en la verosimilitud de la hipótesis de Dios desde dentro de una imagen holística del universo, que desde una imagen reduccionista clásica de la ciencia.
Decisión filosófica ante la cuestión de Dios
La decisión filosófica ante el enigma metafísico último de lo real debe tener en cuenta la imagen científica del universo, al menos para aquellas personas que tienen acceso a ella. En el marco de este enigma se plantea la cuestión de Dios; cuestión que, al menos, todo el mundo debe proponerse por el hecho de que gran parte de la humanidad ha resuelto la cuestión metafísica de forma religiosa. Y el hecho sociológico es que, en efecto, la ciencia presenta un universo enigmático que deja abierta la posibilidad de argumentar la verosimilitud de las dos hipótesis: la hipótesis atea y la hipótesis teísta, con la posición agnóstica intermedia. Negar que ambas hipótesis sean viables (admitiendo una sola de ellas) nos coloca en el dogmatismo, fuera ya del espíritu crítico, ilustrado y tolerante de nuestra cultura.
Pero esta verosimilitud – atea o teísta – posibilitada por la ciencia y asumida por la argumentación filosófica, es sólo un presupuesto, un punto de partida para la resolución de la cuestión personal ante el enigma metafísico. Nadie es religioso porque pondere tal o cual consideración científico-filosófica. El problema de Dios se resuelve de una forma existencial, personalista, que no abordamos en este artículo. La desarrollaremos próximamente en otro artículo de Tendencias complementario de éste.
Algunas consideraciones desde la teología
1) La teología católica considera que la razón humana – bien sea científica o filosófica – puede acceder a la existencia de Dios. Pero esto no se ha entendido como si la razón pudiera “demostrar”, con certeza absoluta, metafísica, que se impusiera en toda razón humana, la existencia de Dios. La interpretación del Concilio Vaticano I puso ya de manifiesto la moderación con que la teología considera la racionalidad de la fe. Esta no se reduce nunca a razón. Supone una respuesta a la Gracia interior del Espíritu y un compromiso personal libre que no se impone por ningún tipo de mecanicismo racional. El hablar, en la línea de la explicación anterior, de verosimilitud racional de la afirmación de Dios, fundada en la ciencia y asumida por la filosofía, es perfectamente congruente con la “ortodoxia” teológica.
2) Desde el enfoque de la metafísica escolástica se podría objetar la viabilidad del ateísmo diciendo: aunque el universo pueda aparecer como autónomo, nunca se podrá considerar como “necesario”. La razón busca la necesidad y esta sólo se puede atribuir a Dios. Este razonamiento escolástico (que es filosofía y no fe cristiana) no se admite hoy en la epistemología moderna. Para ésta, la razón busca entender la “suficiencia del sistema” en que nos hallamos: si este fuera “puro mundo sin Dios”, habría que atribuir a este sistema la necesidad; si se fundara en Dios, habría que atribuir la necesidad a Dios. Pero, en principio, para la razón ni del universo ni de Dios se puede decir a priori que deban existir “necesariamente”.
3) El relativismo no puede entenderse desde el dogmatismo epistemológico. No ser relativista no debe identificarse con una idea dogmática del conocimiento, ajena a la epistemología actual. El hombre se ve ante un universo borroso y enigmático ante el que debe decidirse con firmeza y estabilidad. Tanto para el ateísmo como para el teísmo no es todo igual: deciden firmemente su posición y se comprometen por ella. Admitir la viabilidad de ateísmo y teísmo – y su tolerancia mutua – no equivale, pues, a ser “relativistas”.
Javier Monserrat es miembro de de la Cátedra CTR .
24 de febrero de 2008
La Expanción del Catolicismo, es claro el problema
En este video se ve la arenga del partido Católico Español. Es bien claro de donde viene la realidad actual. El mundo tiene 1.000 Millones de Catolicos y el 50% están hiberoamérica. Las consecuencias de la distribución de esta cultura son claras.
Pakistan bloquea Youtube
Pakistán bloquea Youtube debido a que sus contenidos no condicen con las creencias del Islam. Una vez más la religión y su magnífica forma de expresarse con la imposición de sus creencias y dogmas. "Cree lo que te digo porque te lo ordeno." Fomentar el temor, el oscurantismo y la ignorancia parecen ser valores religiosos que hacia el futuro la humanidad va a tener que resolver si quiere seguir en este planeta toda junta.
19 de febrero de 2008
¿Creer en Dios es Innato o Cultural?
(PD / EFE).- Un equipo de científicos de la Universidad de Oxford tratará de determinar si la creencia en un ser superior llamado Dios es algo consustancial a la naturaleza humana o, por el contrario, es producto de la cultura.
Los científicos no intentarán resolver la cuestión de si Dios existe realmente, sino que tratarán de demostrar, sobre todo, si la creencia en Dios ha representado una ventaja para la humanidad desde el punto de vista de la evolución. También analizarán la posibilidad de que la fe se haya desarrollado como producto derivado de determinadas características humanas como, por ejemplo, la sociabilidad.
Los científicos del Centro Ian Ramsey para la Ciencia y la Religión y sus colegas del Centro de Antropología y la Mente de la Universidad de Oxford utilizarán como enfoque el de las ciencias cognitivas, que combinan una serie de disciplinas como la neurociencia, la biología evolucionaria o la lingüística para estudiar el comportamiento humano.
"Estamos interesados en averiguar exactamente en qué sentido la creencia en Dios es natural. Pensamos que hay más de eso de lo que la gente cree comúnmente", afirma el psicólogo Justin Barrett, citado hoy por el diario The Times.
Estudio financiado con 2,5 millones de euros
Barrett compara a los creyentes con los niños pequeños que creen que los adultos saben todo lo que hay que saber. Esta tendencia a creer en la omnisciencia de los otros, aunque se corrige con la experiencia que dan los años, necesaria para la cooperación y socialización, continúa en la fe en Dios. "Normalmente continúa en la vida adulta. Es fácil. Es intuitiva y natural", afirma el psicólogo británico.
Los expertos investigarán también otros aspectos como el de si los conflictos de índole religiosa son producto de la naturaleza humana o si la creencia en la vida después de la muerte es fruto de la selección natural o es algo que se aprende.
Barrett y su colega Roger Trigg tratarán de averiguar así mismo si la religión forma parte del proceso de selección que ha ayudado a sobrevivir a los humanos o se trata simplemente de un producto derivado de la evolución.
El estudio, que durará tres años, está financiado con el equivalente de 2,5 millones de euros por la fundación John Templeton, que apoya las investigaciones en torno a la ciencia, la religión y la espiritualidad.